El film francófono canadiense Profesor Lazhar
ha llegado a las carteleras españolas precedido por un rosario de
buenas críticas y por su paso por la última edición de la gala de los Oscar, donde compitió en la sección de mejor film de habla no inglesa, galardón que perdió frente a la última película del iraní Asghar Farhadi (Nader y Simin, Una separación).
Sin embargo, y a pesar
de estos antecedentes – o precisamente por ellos -, quien suscribe estas
líneas no esperaba encontrar en el visionado de este film del director y
guionista Philippe Falardeu una de esas historias que dejan un más que agradable recuerdo e incitan a las más sesudas reflexiones.
De hecho, y si bien la obra teatral de la dramaturga Evelyne de la Chenelière en
la que se inspira el film de Falardeu pudiera inducir a pensar que nos
hallamos ante la tan trillada historia del profesor carismático con
métodos poco ortodoxos, pero sí sumamente efectivos - que consiguen
penetrar el más duro caparazón de alumno/s problemático/s y o
traumatizado/s-, Profesor Lazhar sorprende por constituirse como
una exquisita joyita que huye de caminos larga y repetidamente
recorridos y en la que se combinan, con una maestría que roza la
perfección más absoluta, la sencillez y el profundo calado psicológico
impuesto por una trama que se inicia con el suicidio de una maestra,
ahorcada en la propia aula donde lleva unos años impartiendo sus clases.
En Profesor Lazhar,
Falardeu, además, sabe sortear con increíble soltura el sentimentalismo
más desaforado al que podría dar pie un inicio tan dramático y se mueve
con facilidad extrema por las aguas de la comedia – dotada con un fino
humor- y el drama - sin aspavientos, sin sobreactuaciones, sin tópicos
-, exponiendo sin artificios ni fisuras los dos temáticas que articulan
la trama del film, el cuestionamiento de un sistema que ha sucumbido a
la perniciosa escala de lo políticamente correcto – que priva a alumnos y
profesores, bajo pena de estar expuestos a la más repugnante sospecha,
de cualquier contacto físico – y el ocultamiento de la muerte en una
sociedad, la occidental, incapaz de afrontar la caducidad de la vida
humana y, mucho menos, los motivos que inducen a un suicidio.
Sin embargo, Profesor Lazhar
no cede ante el adoctrinamiento que destilan otros films de temática
similar, ni tampoco se erige como un enaltecido tributo a la figura del
profesor. La suya es, en suma, una apuesta decidida por la esperanza en
los momentos más arduos y sin sentido que depara la vida; y, aunque su
final se revele como previsible desde los primeros fotogramas, su trama
atrapa, por completo y sin descanso, la atención del espectador no sólo
por todo lo comentado, sino por un exquisito metraje que se desliza
suavemente a través de una puesta en escena marcada por el paso de las
estaciones, desde un gélido invierno hasta un cálido y colorido verano.
A todo ello habría que añadir las magníficas interpretaciones de todo el reparto, especialmente de Mohamed Fellag – absolutamente sublime – y de los pequeños Sophie Nélisse y Vicent Millard, quienes, de seguir así, podrían convertirse en breve en dos monstruos de la interpretación. Tiempo al tiempo.
Fuente: http://unmundocultura.blogspot.com.es
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