26 de agosto de 2014

LA CARTA EXTRAVIADA

Entre la razón y la locura hay un tabique muy fino. Nunca me importó estar de un lado o de otro.
A menudo, me he sentido exiliado de ambos mundos. Pertenezco al reino de los que, sin estar locos,no pudieron ser cuerdos.
Una fatalidad preside mi existencia: brizna de hierbas entre adoquines, me
agostaré en la soledad, donde siempre, acuchillado de gentes, he inventado mi vida. No tengo nada que ver con los hombres organizados. No labro mi sepulcro en ninguna institución. 
 
A la sociedad le debo el pan y el odio; lo que ella me debe, se lo perdono. Todo cuanto puede darme, está manchado de horror...
Cuando era joven y vivía sin consciencia, a salvo de los remordimientos y de la premeditación, una consigna fortificaba mis días. Decía así: “Los Mundos Convulsos, el Pensamiento Errante, la Vida Irregular; y Ahora Tú”. 
Atravesando hoy el umbral de mi primera vejez, de vuelta ya del
candor aventurero de toda consigna, me sujeto sin embargo a un texto que me acompaña como una esposa –y que tú deberías haber sabido leer en mi forma de estimarte y rehuirte. Esto dice: “En relación conmigo, hay una esperanza que cualquier persona tiene ya de antemano que dar por perdida: la esperanza de poder dominarme. En segundo lugar, soy feliz”. Hazte cargo. Si hay algo
terrible en mí, es mi franqueza. Y aunque en nada valoro la bondad, no soy más que un hombre bueno. El hombre bueno hiere a derecha y a izquierda. No desea dañar a nadie, pero tampoco puede remediarlo.
 
Tiendo a ser caótico –¿por qué habría de no serlo? ¿Qué es lo que tanto temes del caos? Sé que te herí muchas veces. Tú jamás ofendes a nadie: ¿no habrás nacido muerta, de padres que nunca han vivido? Lamento de corazón haberte maltratado. Discúlpame. Los mundos que tú vives desde
dentro y que forman ya casi parte de tu piel; yo solo los he vivido desde fuera, pero siempre han formado parte de mi pesadilla. Estoy persuadido de una cosa: no vale la pena perder el tiempo conmigo. No consentí que me enseñaran a ablandarme en la amistad. A nadie hago la vida más fácil.
 
No sabiendo mentir, mi compañía molesta. Ni en sueños tengo un futuro que me quepa compartir con alguien; ni en sueños una voluntad duradera con que tranquilizar al menos a los demás. Vivo de paso; de paso por las tierras, por los hombres, por los pensamientos... 
 
Dices que he perdido el rumbo, que no tengo adónde ir. Quizás te equivoques. De todas formas, sí sé lo que llevo conmigo. Ebrio de orgullo (recuerda a Baudelaire: “orgullo, esa defensa frente a toda miseria”), suelo aludir a mis Cuadernos de Notas, palpitantes en el fondo de una mochila siempre
hambrienta de viaje, con estas palabras:
 
“Mis alas son un hogar”
 
No me aflige pensar que nuestra amistad (si eso fue lo que hubo) ha concluido. Mejor para ti. No te guardo rencor. Un día te ganaste mi aprecio; y te sigo apreciando, aunque no vivamos la misma realidad y solo de incomprensión y miedo haya estado hecho nuestro vínculo. 
 
Si hay caminos, desde el tuyo el mío no se ve.
Hasta nunca.
 
Pedro García Olivo

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